Cada vez que entro a unos grandes almacenes me quedo mirando el sofá en el que pasaremos los domingos, contemplo la cocina donde haremos el amor, toco la manta que verá todas las películas de los sábados por la tarde, enchufo la cadena de música que pondrá la banda sonora de nuestros días, me tumbo en la cama que protegerá nuestros sueños, enciendo las luces que serán apagadas por nuestras ganas de hacernos, busco la mesilla en la que descansará tu libro preferido, miro el blanco del techo para el día que me toque echarte de menos y subo dos plantas, dirección hogar. Camino sobre un suelo que parece de terciopelo, como tu piel, y pienso en nuestra habitación, en el armario que te vestirá cada mañana de mi vida, en tu ropa en ese suelo, en la bañera de espuma que te limpiará de miedos mientras el espejo donde te reflejas en futuro me observa.
Cada vez que voy a comprar el pan, me dejo caer en esos mismos almacenes que un día me enseñaron que el infinito empieza en tu mano y acaba en la mía.